REFLEXIÓN BÍBLICA
Isaías 55,10-11
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.
El pueblo de Israel sin aparatos científicos, contemplando la naturaleza que les rodea día a día descubren el ciclo del agua dándole un orden específico: comienza en el cielo que es lugar de Dios. De arriba provienen la gota de lluvia, el copo de nieve, que tienen la misma misión de empapar la tierra, de fecundarla, de darle la fuerza vital para que toda semilla germine. Pero no termina allí su misión, finaliza en el pan que alimenta al ser humano. Cumple una tarea de forma completa, compleja, integral, y vuelve de dónde provino para reiniciar el mismo camino de generar más vida, nueva vida.
Toda Palabra de Dios, toda acción de Dios está unida a la vida, a la transformación de la creación para que alimente al ser humano, no a unos pocos, sino que a toda la humanidad de generación en generación. Más allí está nuestra posibilidad de colaborar o impedir la misión del agua, la misión de Dios: ponerle dique o precio al agua para que sea un objeto de utilidad para unos pocos, o dejarla correr para que su energía llegue hasta el más pequeño de los seres vivientes, y regrese con más fuerzas completando ese círculo virtuoso, gratuito, transcendental.
Los gritos del agua en el Cono Sur
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